Desde que publiqué la primera parte de esta entrada, a primeros de abril, han pasado muchas cosas pero se mantienen el estado de desconcierto y la falta de certezas, por ello he querido hacer una continuación, para seguir analizando las consecuencias psicológicas de esta pandemia. Hay más información objetiva acerca del virus y sus formas de contagio, que se va actualizando conforme el conocimiento se va haciendo más exhaustivo, lo cual intranquiliza a algunas personas, que piensan que quienes están al cargo de la gestión y dan recomendaciones, no saben nada en realidad y nos están confundiendo. Lo cierto es que el conocimiento científico avanza de esta forma, dando por cierto lo que se sabe y se puede comprobar en el momento, y rectificando cuando la evidencia demuestra la existencia de nuevos datos. De ahí los cambios en las pautas y recomendaciones, y conviene tener esto en cuenta ante la información cambiante, contrastarla en varias fuentes y seguir usando el sentido común. De esta manera podremos mantener cierta tranquilidad de ánimo.
Hablaba en aquel entonces de lejanas plagas medievales, o como la que sirvió de origen a los cuentos del Decamerón, de Bocaccio, la famosa obra que tuvo como pretexto el confinamiento de unos florentinos huyendo de la epidemia de peste negra que asolaba a la ciudad, confinamiento que entretenían contándose cuentos pícaros unos a otros. Sea por letra impresa, plataformas de series, redes sociales o de viva voz, al final lo que nos gusta es que nos cuenten historias de otras personas. Cada tiempo con sus medios, aunque es cierto que estos florentinos disfrutaban de una villa espaciosa y bien guarnecida que, eso como en todas las épocas, hacía más llevadero el encierro.
El hecho es que, como mucha gente, desde entonces he descubierto la existencia de otra pandemia, más cercana en el tiempo, la de 1918, conocida como la gripe española, de la que no tenía noticia. Como siempre que echo la vista atrás, me ha servido para tomar un poco de perspectiva y tener alguna referencia algo más próxima a nuestra época, de cómo una sociedad afronta una circunstancia así y cómo se recupera de ella. Al parecer, durante esta pandemia hubo cierres de escuelas e universidades, confinamientos, distancia personal, ordenanzas para llevar mascarilla, y tal y como sucede ahora, resistencia en algunos grupos para seguir estas indicaciones. Cuando la enfermedad pasó, la normalidad se recuperó como si nada hubiese ocurrido, en todo caso con más ímpetu, volviendo a agruparse la gente como antes.
¿Por qué hago referencia a este episodio? En la entrada anterior invitaba a buscar en nuestra memoria personal para encontrar situaciones de angustia y desconcierto que con el tiempo pudimos superar, y todo el mundo, en mayor o menor medida, ha vivido algo así. De la misma forma esta es una invitación a fijarnos en la memoria colectiva que nos ayuden a extraer conclusiones tranquilizadoras. Si la sociedad, con menos medios técnicos que ahora pudo recuperarse de un suceso así, es razonable suponer que también ocurrirá ahora. No sin pérdidas, no sin cambios, por supuesto, pero este razonamiento nos proporciona algún cabo al que aferrarnos para mantener la calma cuando no hay ninguna certeza, lo que a nuestro cerebro le resulta más difícil manejar. De ahí creo la proliferación de tantas teorías que explican la pandemia con una base conspirativa, porque resulta más tranquilizador tener la idea de que alguien maneja los hilos, aunque sea con intenciones aviesas, que la pura realidad de que nadie sabe qué va a ocurrir en el futuro.
Ante esa situación, es recomendable ampliar el foco, mirar hacia atrás, hacia los lados, hacer lo que esté en nuestra mano, y confiar.